Todas las categorías
Atrás
Mallorca

Diario de una visita al Parque Natural de Mondragó

Octubre 07, 2024
Tiempo de lectura: 07:56 minutos

Estoy disfrutando de unos días de relax en Mallorca, me alojo en Inturotel Cala Esmeralda, frente a la bella cala que le da nombre. Me paso el día leyendo a la sombra de los pinos, zambulléndome en el mar turquesa i planificando alguna que otra visita a la isla. Desde hace días, me lleva rondando una idea: Visitar el Parque Natural de Mondragó.


Me habían hablado de él, buscaba algo más que una excursión turística, una ruta en la que perderme y reconectar con la belleza natural de la costa sureste de la isla, sus calas, su bosque mediterráneo, sus campos de almendros… Una aventura para los 5 sentido, que merecía ser recorrida a pie o en bici. Decidí que llegaría en bicicleta, de un modo más respetuoso con el medio que me permitiría adentrar en el parque lentamente, disfrutando cada detalle, a medida que me acercaba.



El viaje comienza sobre dos ruedas


El día amaneció cálido, con ese sol de septiembre que acaricia la piel sin quemar. Después de un delicioso desayuno partí en bicicleta en busca del mediterráneo más genuino. Hacia parajes conservados prácticamente igual que los encontraron los primeros pobladores de la isla. Iniciamos la ruta con una primera estación, el bello puerto natural de Portopetro, nos deleitamos con las vistas a la bahía y sus casas de pescadores. Pronto dejaremos el bullicio de esta pequeña localidad costera para adentrarnos en los dominios del parque. Me dan la bienvenida campos salpicados de almendros, algarrobos y alguna que otra higuera. Pedalear con el viento suave de cara, el olor a mar y la fragancia de los pinos, me hizo sentir parte del paisaje. El parque ya se percibía y mi corazón se aceleraba por la expectativa de nuevos horizontes por descubrir.



La bienvenida de la naturaleza


Aparqué la bicicleta a la entrada del parque, sintiéndome orgullosa de haber optado por un medio de transporte sostenible y silencioso. El sendero que elegí para iniciar mi recorrido era una invitación abierta al silencio y a la contemplación. Mis pies resonaban suavemente sobre las piedras y la tierra polvorienta, el olor a pino me envolvía como una manta de recuerdos olvidados. El bosque mediterráneo te recibe con una calma antigua, recordándote que lleva allí mucho más tiempo que nosotros.



Caminé despacio, percibiendo cómo el paisaje cambiaba a cada paso. Los rayos de sol atravesaban las copas de los pinos creando juegos de sombras en el suelo, mientras a lo lejos se oía el rumor suave de las olas. Respiré profundamente, intentando retener ese aroma único: mezcla de resina, hierbas y salitre. Mondragó no es solo un lugar que visitas, es un lugar que te invade cuerpo y alma y en el que te sientes en comunión con el entorno y sus moradores.


Un paraíso compartido: la fauna y la flora de Mondragó


A medida que avanzaba por el sendero, mis ojos se perdían en los detalles: la variedad de plantas que crecen aquí es asombrosa. Árboles como la sivina, algunas de ellas centenarias, tamarindos, acebuches, pinos majestuosos y arbustos como el labiérnago, el romero… La flora de Mondragó te invita a mirar más de cerca, e intentar identificar especies que, a primera vista, podrían pasar desapercibidas. Desde las delicadas flores silvestres hasta los robustos pinos carrascos, todo parece tener un propósito, un lugar en este ecosistema tan bien conservado. En primavera se pueden observar orquídeas salvajes, algunas endémicas de la isla.



El parque es también un refugio para la fauna, tuve la suerte de toparme con algunos de sus habitantes. Escuché el canto de un carbonero común (Parus major), tan difícil de observar y beneficioso para el bosque mediterráneo al alimentarse de la procesionaria del pino. Al acercarme a los humedales, una garza gris se elevó majestuosa sobre el agua, como si me diera la bienvenida. En ese momento entendí por qué Mondragó es un santuario para los amantes de las aves. Aquí tienen la oportunidad de contemplar las aves más comunes de las Baleares como la Abubilla común (Upupa epops), la perdiz, la curruca cabecinegra (Sylvia Melanocephala), especies migratorias como el petirrojo (Erithacus rubecula) y algunas especies muy difíciles de observar como el Abejaruco europeo (Merpos apiaster) de colorido plumaje. Me sorprendió cuán fácilmente uno se puede convertir en aficionado a la ornitología explorando este paraíso natural.


Un rincón secreto: Cala Mondragó y S’Amarador


El sendero me llevó finalmente a la playa. La primera que te encuentras es Cala Mondragó, una espectacular playa, de arena blanca y aguas cristalinas. Me quité los zapatos y hundí los pies en la arena, me acerqué a la orilla, el agua estaba fría pero reconfortante, y por un momento, todo se detuvo.



A pocos minutos, en un indescriptible paseo al borde del acantilado alcancé S’Amarador que me esperaba con su calma serena, menos concurrida y más salvaje que Cala Mondragó. Aquí el silencio era casi absoluto, roto solo por el suave chapoteo de las olas. Fue imposible resistir la tentación de un baño, y sumergirme en sus aguas azul turquesa, fue como volver a nacer. Mientras flotaba, mirando el cielo azul, sentí que el parque me había ofrecido un regalo que atesoraría a la vuelta de mi viaje y que desearía revivir muy pronto.



Senderos que cuentan historias


Después del baño revelador, continué mi ruta por el parque caminando entre los acantilados. La ruta hasta Sa Guàrdia d’en Garrot me llevó por paisajes donde la tierra se encuentra con el mar en un abrazo eterno. Desde lo alto, el mar parece no tener fin, y las vistas te dejan sin aliento.


Mientras caminaba, no podía evitar pensar en cuántas personas habrían recorrido estos mismos senderos antes que yo. Desde tiempos prehistóricos, cuando los primeros habitantes dejaron su huella en esta tierra, hasta los días de hoy.



Uno de los guías del parque me explicó que en los acantilados hay huellas de Myotragus Balearicus, un pequeño mamífero extinto pariente lejano de la cabra.


El parque alberga cuevas talayóticas de enterramiento y en sus acantilados, hipogeos, bóvedas subterráneas que en la Antigüedad se usaban para conservar los cadáveres sin quemarlos.


El parque guarda sus secretos, sus historias, y si caminas despacio, con el corazón abierto, te susurra algunos de ellos. Durante todo el año el parque programa talleres y visitas guiadas para dar a conocer su patrimonio natural, puedes conocer más en: https://www.illesbalears.travel/ca/mallorca/parc-natural-mondrago


Una visita que se convierte en ritual


De regreso, mi bicicleta me esperaba como un viejo amigo. Y mientras pedaleaba de vuelta, con el sol ya bajando en el horizonte, comprendí que el parque natural de Mondragó no es un lugar al que vas solo una vez. Es un lugar al que regresas, una y otra vez, porque cada visita te ofrece algo nuevo. Un aroma que no habías percibido nunca, un manto de flores lilas cubriendo el camino, la brisa marina columpiando los tamarindos que bordean el estanque… todo te recuerda lo pequeño que eres en medio de tanta belleza.



Visitar el parque natural de Mondragó de forma consciente, eligiendo, pedalear, caminar o tomar el autobús, es más que una decisión ecológica. Es una forma de rendir homenaje a este tesoro natural, de agradecerle todo lo que nos ofrece y de asegurar que seguirá aquí, para quienes vengan después de nosotros.


¿Volveré? Sin duda. Mondragó ya es parte de mí. Y no hay mejor opción para visitar este maravilloso parque natural que alojándose en Cala d’Or, yo me alojé en Inturotel Cala Esmeralda, uno de los hoteles de la cadena familiar Inturotel, sus hoteles ofrecen el mejor descanso en unas ubicaciones únicas frente al mar o en el pintoresco centro de Cala d’Or.


 

Adictos a Mallorca
Calendario
Hecho